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¿Qué tipo de relación estructural existe entre lo más singular de cada uno, la Soledad irreductible, y el Común, que constituye la matriz de lo colectivo?
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«Ceder no es consentir.» Esto pareciera evidente. Sin embargo, es necesario delinear la frontera entre «ceder» y «consentir», pues en ocasiones puede darse una peligrosa proximidad entre ambos. El consentimiento, de hecho, siempre implica un riesgo: nunca puedo saber de antemano a dónde me conducirá.
La tendencia dominante a situar la innovación como eje vertebrador de cualquier cambio social, cultural o político está cimentada en una visión enormemente sesgada de la tecnología y de su evolución histórica. El foco prioritario en la innovación invisibiliza aspectos clave de la imbricación social de la tecnología —el uso y los usuarios, el mantenimiento, la reparación, la producción— y oscurece la inmensa relevancia de las tecnologías mundanas y las infraestructuras.
Hay una paradoja constitutiva de los seres hablantes y es que lo que tienen en común es la soledad que habita en cada uno. ¿Pero qué tipo de relación estructural existe entre lo más singular de cada uno, la Soledad irreductible, y el Común, que constituye la matriz de lo colectivo? Pensar esa relación paradójica, de conjunción y disyunción, entre la Soledad y el Común, es la condición primera para aproximarse a la enigmática cuestión política de la Igualdad.